CUIDA LO QUE TE HACE FELIZ



“Arrojado a la miseria del mundo, 

el hombre comprueba que el único valor

 evidente y seguro es el placer que

el mismo puede sentir, por

pequeño que sea: un sorbo de

agua fresca, una mirada hacia el cielo,

una caricia.”

“La Lentitud” – Milan Kundera


Eran alrededor de las 3:30hs de la madrugada cuando volvíamos caminando hacia el hostel con Marcos, mi amigo y compañero de viaje. La noche estaba hermosa, nos acompañaba el calorcito del verano europeo. Hacía 4 días que estabamos en Madrid, y cada noche nos refugiabamos en un bolichito de música latina, después de cenar el plato del día en una fonda por €6 con vinito y postre. Esa noche, medio borrachos y contentos, después de haber bailado unas bachatas, atravesábamos la Plaza Santa Ana, cuando me vi envuelta por el sonido de un saxo que sonaba por allí. Había un grupo de muchachos tomando unos tragos mientras rodeaban a un hombre algo ebrio. El mismo hombre que con su música en ese instante hizo que todo en mi retrocediera un par de años. Le dije a Marcos que permaneciéramos un momento a contemplar la escena. Estábamos a unos 15 metros de ellos. Pasaron escasos segundos hasta que aquel hombre me vio y al terminar la canción con un gesto de mano señalándome y un: “Hey tú, ven!”, me pidió que me acercara. Yo sonreí, lo miré a Marcos y camine esa distancia que me llevaría a dar una vuelta por el pasado. Este señor cargaba con unos 50 años, canoso, con una colita que sostenía sus cabellos hacia atrás y unos ojos celestes intensos. Era de origen ucraniano y llevaba algunos años viviendo en Madrid. Mientras nos acercábamos él se puso de pie, me pidió que me siente en un banco de cemento, de esos que hay en las plazas, y se sentó frente a mí en otro banco similar. Me dijo que me tocaría una canción sólo para mí. Marcos se paró junto al resto de los chicos a escuchar y observar la situación. Y entonces el ucraniano comenzó a soplar el saxo y me regaló un par de minutos que fueron transformándose en meses y luego en años. El brillo de aquel instrumento y la suavidad de sus dedos acariciando con firmeza cada tecla del mismo me condujeron a sus ojos, casi azules, que me miraban atravesando los míos. Durante esos minutos éramos él, la melodía y yo respirando la misma brisa que alguna vez rozó mi rostro en la ciudad de Amberes algunos años atrás. No había sentido esa misma sensación desde entonces. Parecía que en los ojos de este hombre alguien más me miraba recordándome aquellas noches por Bélgica. Nada lograba apartar mi mirada de sus ojos ni hacerme dejar de sonreír. Durante algunos segundos me sentí plenamente feliz. 

Terminó la canción, me convidó un poco de sangría que tenía en su vaso y tocó una canción ucraniana a pedido de los chicos. Al finalizar la misma y antes de irnos le di un euro y un beso agradeciéndole de alguna manera el momento que sin saber me invitó a vivir. Claro que nadie más que yo sabía el infinito valor del mismo.

Y así seguimos camino al hostel...mañana temprano nos esperaba el Reina Sofía.




Si les gusta lo que DIBUJO Y DIGO pueden descargarse la ilustración que acompaña este texto por $100 (arriba a la izquierda están los datos) 
Este valor a mi me permite mantener la web y además agradecerles con arte que me acompañen.